lunes, 8 de febrero de 2010

LA ÚNICA Y VERDADERA HISTORIA DE LA PLAYA DE SAN JUAN


Hasta finales del siglo XIX, los 50.000 habitantes del antiguo Alicante apenas
conocían la Playa de San Juan. Era un lugar inédito, ancho y largo, donde las
dunas de arena y su vegetación eran las dueñas y señoras. Eventualmente,
algún campesino de la zona osaba atravesar el mar de arena y acercarse al
otro mar, el Mediterráneo, quizá equipado con una rudimentaria caña de
pescar que le proporcionaba un suculento aperitivo.
Ese desconocido lugar podía sentirse orgulloso de proporcionar al eventual
"aventurero" un paisaje tan idílico como extraño, una generosa perspectiva
sin obstáculos visuales: desde la Torre del Faro de Huertas hasta la vega
alicantina: (Condomina, Santa Faz, Benimagrell...); el opulento verde de la
Huerta, con sus torres de defensa y haciendas señoriales. Desde la orilla de la
Playa de San Juan no era extraño divisar las fincas Ansaldo, Ruiz, San
Antonio, Moñinos..., todas ellas con sus torres preparadas para hacer frente a
los corsarios africanos.
Sólo un día al año, en la festividad de San Jaime, el panorama cambiaba por
completo. La playa se llenaba "de seres arriesgados", como decían las
personas mayores, de barracas construidas a base de palos y esteras, y muy
separadas entre sí "para evitar mirones". Entonces, las mujeres se cambiaban
sus trajes por otros de baño, largos hasta los tobillos, con blusón azul y tela
de saco, y se adentraban en las cálidas aguas del Mediterráneo.... Pero no
mucho, por si acaso.
Nadie recuerda cuándo comenzó esta costumbre; pero lo cierto es que una
vez al año, los huertanos acudían en masa a la Playa de San Juan. Podemos
imaginarnos los preparativos de la víspera: “No olvides la paloma” “¿Has
cargado el jamón?” “Yo ya he metido en el carro el colchón y la garrafa del
vino”. Para el huertano, entre sus provisiones no podía faltar el aceite, las
madalenas para el desayuno, los embutidos, la leña y el agua potable.
Siempre se intentaba la pesca para conseguir el fondo de un caldero. No
obstante, las mujeres (no muy confiadas en las habilidades masculinas)
habían traído en el carro por si acaso la fritanguera de tomate, pimientos y
caragols para la paella. Y junto a ella, nunca faltaba el meló, y claro, el tinto,
el vino tintorro elaborado en las pedanías rurales de la Condomina y
Fabraquer, vino de 18 grados que te hacía crecer pelo en el pecho.
Terminado el baño humano, se iniciaba otro baño: el de las bestias que
habían arrastrado las decenas de carros. La mula era llevada al mar hasta
alcanzar el banco de arena por el jefe de la familia, también en traje playero
(pantalón de cotoné, azul y rayado en blanco). El baño de las caballerías
alcanzaba tal importancia numérica, que se asegura pasaban de mil las que
se adentraban hasta la barra gozosamente.
Pero un buen día, el progreso hizo desaparecer los carros de mulas y los
convirtió en arcaicos coches mecánicos. Los caminos a la playa se mejoraron
y apareció el ferrocarril. Sí, fue en el año 1911 cuando se inauguró el "trenet"
de La Marina, que enlazaría la capital con Villajoyosa.
Para colmo, el Consistorio de Alicante comenzó a recibir peticiones de
licencias de obra; habían llegado los poderosos industriales textiles de Alcoy
y zapateros de Elda, con la idea de levantar muchos chalets blancos en la
línea de la playa. Así nacieron los palacetes de la zona playera, con el cenador
al aire libre, la pista de "tenis", la vivienda para su servidumbre y la cochera
para el Hispano-Suiza.
Apenas cuatro años después, en 1915, la playa ya estaba totalmente
descubierta: más de 100 chalets particulares en la franja costera y un lugar
de reclamo para gran parte de los ciudadanos.
El Ayuntamiento recibió en 1926 una atractiva propuesta (acompañada de
planos, memoria, etc...) para construir un Hotel-Balneario, presupuestado en
dos millones de pesetas. Se designó una comisión para estudiar el proyecto,
en la que se encontraba, entre otros, D. Juan Vidal Ramos. Tras el estudio, el
alud de escritos, estudios financieros, y el tiempo (mucho tiempo), se llegó a
1931. Aquella fecha y aquellas elecciones municipales con la República,
marginó muchos proyectos buenos y malos, entre los que se quedaría el
Hotel.
Con la llegada de la República, el alcalde D. Lorenzo Carbonell Santacruz
desarrolló un plan mucho mayor (y ambicioso) para la Playa de San Juan. Su
desarrollo fue el siguiente:
-19 de Agosto de 1932: Se aprueba un proyecto para instalar un Hotel
Municipal, Balnearios, viviendas, bosques y jardines, y medios para
comunicar la playa con la capital
-27 de enero de 1933: Indalecio Prieto, Ministro de Obras Públicas, presenta
en las Cortes un proyecto para fomentar el turismo en la playa de San Juan
"magnífica en su extensión y soberbia para el reposo".
-9 de marzo de 1933: Manuel Azaña, jefe del Gobierno, dispara el primer
barreno para construir la carretera hacia la Playa.
-7 de julio de 1933: Se acuerda construir la Ciudad Satélite, con Club de Golf,
campos de deportes, aeropuerto con base para hidroaviones y pista de
aterrizaje para aviones convencionales.
Además, se convocó un concurso nacional de anteproyectos, dotado con
25.000 pesetas, que ganó el arquitecto Pedro Muguruza. Su propuesta, de 59
folios mecanografiados por una sola cara a dos espacios, era ambiciosa.
"Multitud de veces he recorrido toda su vega, toda su playa; los altibajos que
ponen un matiz de cambiantes en la fisonomía del contorno; cada lugar
pelado, desierto o salvaje, era para mí un recuerdo de puntos de otros países
peor dotados, convertidos en mansiones principescas, en zonas de recreo,
campos de deportes, focos de atracción y ejemplos de vida pacífica..."
En 1933, Alicante contaba con 75.000 habitantes y un presupuesto municipal
de 4.500.000 pesetas. La oferta hotelera de la capital incluía el Palace, Reina
Victoria, Samper, La Unión, Pastor, Noguera, Inglés y La Balseta, más una
docena de pensiones o posadas.
Proyecto de Muguruza
El proyecto contemplaba, entre otras cosas, focos deportivos, piscinas de
natación, embarcadero, casinos, teléfonos y correos, aeropuerto, etc.. Dos de
sus tres hoteles serían para el gran turismo, mientras que el tercero sería
para el turismo modesto y popular.
Respecto a los hoteles "caros", uno estaría junto al mar, con buena
comunicación con el aeropuerto, anclaje de canoas, playa propia, 120
habitaciones y campo de golf; el segundo, estaría en una zona aislada, rural,
en plena naturaleza y alejado del bullicio.
Por su parte, el hotel "barato" dispondría 300 habitaciones, lo que
"supondría un desfile de 8 o 10 mil turistas, calculando una estancia media de
10 días (...) Sería netamente popular y enquistado en las costumbres locales,
adecuado a la formación de familias y turistas vulgares, paseantes o curiosos,
nadadores asiduos o aficionados al gimnasio".
Toda esta documentación, hoy utópica, se encuentra en la "Memoria general
del anteproyecto de urbanización de la Playa de San Juan", de Pedro
Muguruza Otaño. Todo pertenece a una historia de algo que fue
detenidamente estudiado, planeado con entusiasmo, proyectado con
ilusión... Una alegoría sobre la felicidad fabulosa de algo que pudo ser y no
fue. ¡Como siempre ha ocurrido en la terreta!
A pesar de que el proyecto de Muguruza hubiera significado la construcción
de una ciudad nueva para el turismo como no existía en aquel momento en
ningún otro lugar del Mediterráneo, una iniciativa con muchos años de
adelanto sobre la moderna concepción de los destinos turísticos, y con
dotaciones de las que aún hoy, sesenta y cinco años después, todavía carecen
estas playas, llegó la terrible Guerra Civil.
Las autoridades franquistas gobernantes después de la contienda,
eliminaron el proyecto, ya que la consideraron como un ejemplo de las ideas
urbanísticas y de la concepción de ciudad del régimen republicano. En otras
palabras, "olía a rojo".
Por eso, para eludir las restricciones del Plan Muguruza respecto a
alineaciones, se segregaron del mismo tanto La Albufereta (donde triunfaría
el colosal ismo) como la parte de la Playa de San Juan perteneciente al
término de El Campello, a la que se denominó Muchavista, para dejarla fuera
de aquel ordenamiento global. El resto del proyecto se echaría abajo a base
de tolerar un altísimo volumen edificado, de infracciones urbanísticas
constantes y de pequeños polígonos inconexos, carentes de cualquier
infraestructura mínima. En definitiva, se pasó de un plan identificado con el
urbanismo de mayor futuro de su tiempo, a una no-planificación capaz de
deteriorar hasta límites increíbles la gran extensión de suelo vinculado a las
playas de la Albufereta, San Juan y Muchavista.
(Autor: j.j. Amores-Alicante Vivo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario